En el amplio mosaico de las ciudades mexicanas, Cuernavaca guarda un lugar especial. Por su posición estratégica, Hernán Cortés la eligió como punto de defensa y modelo de una nueva expansión agrícola. Por su privilegiado clima, Maximiliano la seleccionó como centro de recreación y experimentación botánica. Por favoritismo político, fue elegida hace casi 150 años como capital del naciente Estado de Morelos frente a otras opciones posibles. Cuernavaca, durante el siglo XIX fue una pequeña ciudad que dependió enteramente de las haciendas que la circundaban. Pero su perfil como ciudad agraria se desvaneció irónicamente por la más representativa de las revoluciones campesinas, el zapatismo. Los levantamientos zapatistas en pueblos y haciendas morelenses no prosperaron con las armas pero si impusieron una agenda nacional de reclamo por transformar la propiedad agraria del país. Así, triunfaron en el plano de las ideas pero no pudieron triunfar en la conducción de la transformación agraria de su propio Estado.
La tempestad que cambió a México, también transformó profundamente la vocación urbana de Cuernavaca. Por principio, cualquier posibilidad de retomar su antigua trayectoria de ciudad agraria se desmoronó. A tono con lo que sucedió en otras realidades nacionales, en Morelos y más aún en su capital, desaparecieron por completo su alta burguesía -compuesta exclusivamente por hacendados ausentistas- y su incipiente estructura administrativa, mismas que no pudieron restituir su predominio pese a las facilidades que les otorgó el carrancismo. Posteriormente, el triunfo de la facción obregonista impuso una nueva e imprevista lógica de ascenso discrecional de agraristas de segunda línea.
En paralelo al ascenso de personajes sensibles a las demandas agrarias pero desafectos al zapatismo o que no parecían encarnar bien sus ideales (como fueron los casos de los gobernadores José G. Parrés o Vicente Estrada Cajigal), los presidentes Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles dispusieron un programa selectivo de repartos de tierra sobre la fragmentación de antiguas haciendas, la creación de colonias militares y la también discrecional transferencia de la propiedad de algunas haciendas. Un ejemplo del último caso fue Temixco; mientras que los mejores ejemplos de colonias militares están un poco más alejados de la capital morelense y no afectaron su estructura urbana, como sí lo hicieron repartos orientados a constituir ejidos que beneficiaron pequeñas poblaciones del hinterland cuernavaquense. Uno de sus primeros efectos colaterales, fue provocar más actividad en la ciudad, cuya población nativa había decrecido durante la década y si acaso registraba algunos aumentos se debían a inmigrantes de otros estados, principalmente los circunvecinos: de 1910 a 1920 la población cuernavaquense osciló entre 8000 y 9000 personas. En 1930, un controvertido censo establecía un promedio de 15 000, sin embargo, ya incluía localidades como Amatitlán, Acapatzingo, Cantarranas, Chipitlán, Ocotepec y Chapultepec.
Un impulso inicial para su crecimiento fue el reparto agrario de la ancestral hacienda de Atlacomulco, cuya propiedad originaria era de Hernán Cortés, y que formalmente lindaba con Cuernavaca. Su reparto benefició a pobladores de Santiago Jiutepec (dando incluso lugar a la creación de su municipio), erigió el ejido de Atlacomulco y los de Tejalpa, Chapultepec y Acapatzingo. Esos habitantes, nativos o recién inmigrados, participarían en la construcción de caminos vecinales que reforzarían los vínculos con Cuernavaca que hoy son, con algunas alteraciones, las calles que comunican el centro de la ciudad hacia los puntos señalados, que por el oeste comunican al panteón de la Leona o al Salto de San Antón.
Desde luego otro salto notable para la ciudad vino con la apertura de la carretera federal que la comunicaría con la ciudad de México a partir de 1927. El mayor número de automotores aunado al servicio del ferrocarril dieron brío al turismo de balnearios y de atractivos coloniales acelerarían su expansión. Esta infortunadamente alteraría el delicado equilibrio ecológico de su peculiar sitio de asentamiento, los lomeríos de un gran cono de filtración hidríca que originó un sistema de más de doscientas barrancas y barranquillas que, al interactuar con los vientos predominantes, regulaban exquisitamente su afamado clima. Hacia el final de los años veinte, comenzó la lenta modificación de su perfil citadino que adquiría tintes de satélite recreacional para la naciente burguesía política. Para labrar este perfil fue decisivo que Plutarco Elías Calles hiciera de Cuernavaca su residencia preferida durante largos períodos entre 1928 y 1935. Las circunstancias de su decisión fueron personales (su enfermedad y la reconstitución de su familia), aunque debido a la crisis sucesoria de 1928, pronto adquirió un fuerte componente político. Había que alejarse de la capital de la república estando cerca de ella.
El otrora alguacil de Agua Prieta tenía como vecinos a los embajadores de Estados Unidos e Inglaterra, además de que muchos políticos y empresarios de relieve que estaban vinculados a su clan adquirían propiedades en torno al llamado Jefe Máximo con el que departían reuniones y disfrutaban jugar naipes. En su finca de Las Palmas, Calles realizó experimentos agrícolas como cultivar vid y también importó ganado vacuno fino, para el que incluso alentó algunas exposiciones en el recién edificado parque Revolución. Además de propiciar la construcción de espacios elitistas como el Club de Golf de Cuernavaca o el Casino de la Selva también y favoreció la expansión del mobiliario urbano; 8 hoteles, 3 escuelas, 3 hospitales (el militar, el civil y una clinica de salud), una docena de carnicerías, 3 sucursales bancarias, 3 nuevos parques públicos, uno de los cuales -el de Chapultepec- desarrollaría un moderno balneario, etc. Faltaría quizás mencionar las 17 vecindades -oficialmente reconocidas- que recibieron a trabajadores que construirían la infraestructura hidráhulica, banquetas, servicios de electrificación, etc., que la favorecerían como destino de veraneo y para residir de descanso o retiro.
Claro, la modernización de los servicios y el crecimiento demográfico propiciaron la expansión de la mancha urbana en diferentes direcciones, cobrando un ligero predominio en las áreas del norte y oriente cuando el gobierno de la república terminó la autopista federal en 1952. Esta nueva e importante aceleró tendencias de especulación inmobiliaria ya presentes, aunque desde luego que el propósito fundamental del nuevo trazo era alentar el muy acariciado proyecto de desarrollar un nuevo distrito industrial en Morelos, la denominada Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (CIVAC). Proyecto que se asentó en el ejido de Tejalpa creado 30 años atrás y cuyo abandono permite entrever o intuir algunas complicaciones de la lenta y cuestionada transformación agraria morelense.
Luis Anaya Merchant / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Estudios Regionales, Universidad Autónoma del Estado de Morelos.