Revista de Divulgación Científico-Tecnológica del Gobierno del Estado de Morelos

Ensayo Reflexión

Por: MCP Quero Gaime Morgan Niccoló

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Politólogo
Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias CRIM-UNAM

Ciencia y política

¿Maridaje imposible o infinita nostalgia?


-¿Doctor? ¿No tiene ningún otro título? ¿Un científico? ¿Y está por encima de la autoridad civil?

- Si desde luego que sí -repuso Hardin, amistosamente-. Todos somos científicos, más o menos. Al fin y al cabo, no somos tanto un mundo como una fundación científica... bajo el control directo del emperador.

Isaac Asimov, Fundación.

Nuestras ultramodernas sociedades parecen estar viviendo un profundo malestar. Bajo el influjo de los grandes cambios políticos y económicos, tecnológicos y sociales, la evolución del pensamiento científico parece estancarse ante el reto siempre actual de dar cuenta de la verdad, los orígenes y la razón.

Los científicos optan por replegarse a sus centros de investigación, modernos claustros, viviendo en un arcaico ostracismo, separados de una lastimosa realidad. Por su parte el político, y la política, parecen discurrir por un carril propio, marginal también a la realidad, con su lógica de acción y discurso basados en el cálculo a corto plazo y la maximización del poder en coyunturas de crisis, electorales o no.

Paradójicamente, ambos compiten por una misma fantasía, la posibilidad de vivir en armonía, en un orden perfecto, en donde la felicidad esté a la vuelta de la esquina. Durante el siglo xx, ¿no fue eso lo que la ciencia le prometió al ser humano, a través de la medicina y los inventos técnicos; la promesa de la razón? ¿No fue también lo mismo que le propuso la política a través de las grandes ideologías, disputándose la liberación del hombre entre socialismo y capitalismo?

Platón lo sabía bien, al sugerir, no sólo el consejo de los filósofos al rey como una necesidad para el buen gobierno, sino demostrando que lo ideal debía ser un Rey-filósofo. Poder y saber reunidos en una persona. Virtud y provecho. Rectitud y justicia. Todo en uno.

Esta herencia de la antigüedad clásica, nunca plenamente cumplida, contrasta con la situación actual. Las esferas de la vida están hoy absolutamente separadas y orientadas a una especialización que refleja la fragmentación social, la diversidad de actividades, el culto a la pluralidad, aún más, el relativismo general. El viejo proverbio de “zapatero a tus zapatos” parece ser el destino manifiesto de cada individuo. La especialización proviene de la multiplicación infinita de actividades y circunstancias en un tiempo y un espacio cada vez más separados.

Esto le permite al político y al científico transcurrir tranquilamente por ámbitos distantes, mirándose con desconfianza recíproca. Pero sólo en apariencia. En el fondo, la llamada por lograr el paraíso terrenal los reúne en su juegos teatrales y en sus dramas cotidianos. Los discursos políticos reclaman cada vez más una legitimidad de expertos que sólo la formación científica puede dar. A su vez, los discursos científicos se ven atrapados por cuestiones morales y dilemas sociales que los remiten, nuevamente, a su propio contexto, a sus prejuicios, a su época.

Pero vayamos más lejos todavía. La política requiere de las ciencias, sociales sobre todo, para ayudar a resolver problemas concretos de gobierno o plantear estrategias a largo plazo. La ciencia ha descubierto que para recibir créditos y reclamar poder, sus propuestas deben estar orientadas también a preocupaciones externas, reflejando así una nueva tendencia, muchas veces perversa, la del marketing académico.

Este coqueteo y esta ruptura son, al mismo tiempo, un engaño para los ciudadanos. Desprovistos de una visión de conjunto porque cada vez más aislados unos de otros, atemorizados por las catástrofes por venir; políticas y científicas, azuzados por un deseo de participación absoluta, desbordados por las preguntas sobre la identidad nacional, la familia, la propiedad y las relaciones con el cosmos, los ciudadanos se despiertan con la voluntad de recibir respuestas reconfortantes y de irse a dormir con dulces sueños por venir.

El abismo que nos gobierna se vuelve banal, convencional y, sin embargo, hay que enfrentarlo. La ciencia sólo nos recuerda que no hay paraíso aquí en la tierra, y la política que, mientras tanto, tenemos que aprender a vivir juntos.