La emboscada en la que cayó muerto el general en jefe Emiliano Zapata en Chinameca, el 10 de abril de 1911, fue el punto culminante de la obra de pacificación que el gobierno constitucionalista de Venustiano Carranza llevó a cabo en Morelos, a través del demoledor trabajo militar dirigido por el general neoleonés Pablo González Garza. Desde el año de 1916, pero sobre todo en los años 1918-1919, tanto el Ejército Libertador del Sur como los pueblos del estado de Morelos vivieron un grave asedio militar, que una línea del estudio actual del zapatismo, encabezada por Francisco Pineda, ha caracterizado como una guerra de exterminio y un abierto genocidio. Un zapatismo exhausto cedió ante el acoso y fue derrotado militarmente. La dirigencia del Ejército Libertador, asumida por Gildardo Magaña, pronto se rindió ante el carrancismo, aunque el Plan de Agua Prieta permitió al movimiento suriano generar alianzas renovadas. Esto es otra historia.
Su asesinato transformó a Emiliano Zapata en un símbolo de alcances insospechados para el personaje en vida, pues a lo largo de su trayectoria en lucha estuvo permanentemente enfrentado al denuesto. Varias investigaciones han dado cuenta de este proceso de metamorfosis. Si bien, durante su vida revolucionaria Zapata fue calificado, perseguido y finalmente ejecutado como un criminal por subsecuentes administraciones de Porfirio Díaz a Venustiano Carranza, la muerte le permitió adquirir dimensiones simbólicas y míticas que perviven hoy en día. Desde el luto de los pueblos del Sur que negaron constantemente la muerte del general, hasta los discursos políticos que le entregaron al hombre de Anenecuilco un papel de reformador que le fue negado en vida, la figura de Emiliano Zapata se convirtió en una metáfora para la disputa en el lenguaje político, académico y de resistencia social en el que participan numerosos agentes, muchos de ellos impensados. La figura de Emiliano Zapata, desde entonces, ha sido multiforme y trabajosamente ha sido adaptada a fines divergentes e incluso contradictorios con su lucha.
Pero Zapata vive aún en el año de 2019, llegando apenas a la mitad de su año. El dinamismo en la producción historiográfica, de crónica y periodística a propósito de la figura del general en jefe muestra una amplia diversidad de posiciones, aunque en términos generales son concurrentes a reconocer la estatura histórica alcanzada por el personaje. Mencionaremos solo algunos. La reedición reciente del trabajo de John Womack Zapata y la Revolución Mexicana (2017) ha creado entusiasmo, entre otras cosas por la idea que presenta en el nuevo prólogo acerca de la dimensión afro que habría que tomar en cuenta para entender a la insurrección zapatista. También están los esperados trabajos de connotados estudiosos del zapatismo como Francisco Pineda con La guerra zapatista, 1916-1919 (2019) o Felipe Ávila con Zapata. La lucha por la tierra, la justicia y libertad (2019). Además han provocado un gran interés e incluso controversia los números conmemorativos de las revistas Proceso (“¡Viva Zapata! A 100 años de su ejecución”) y Nexos (“La invención de Zapata”), publicadas este año y donde se concentran distintos textos de autores significativos del tema. Destacan también trabajos que, a nivel local, en el estado de Morelos y sus colindancias, recogen la perspectiva de estudiosos con largo recorrido en la escena local del zapatismo, pero también de jóvenes investigadores como Baruc Martínez, Armando Josué López Benítez, Moroni Hernández de Olarte, Citlali Flores o Alexander Mejía, concentrados en el trabajo colectivo La utopía del Estado. Genocidio y contrarrevolución en territorio suriano (2018). Todo ello, sin que sea una relación exhaustiva, viene a nutrir la ya de por sí abundante historiografía del zapatismo.
Las conmemoraciones, por otra parte, han sido copiosas. Desde actos locales en distintos municipios y comunidades hasta notables actos académicos, pasando por la creación de comisiones oficiales en el ámbito federal y estatal, foros artísticos, exposiciones, publicaciones en diferentes niveles, eventos musicales, actividades culturales e incontables expresiones de reconocimiento a la figura de Emiliano Zapata. En cierta medida, la profusión de dichas conmemoraciones también han permitido identificar con claridad distintas corrientes entre los grupos académicos, culturales y políticos, que se relacionan con la figura del líder campesino.
Pero, insisto, Zapata vive aún en el 2019, con un vigor poco reconocible en otros personajes históricos. Nuevamente su recuerdo cabalgó ante la disputa del Zapata-símbolo, con una orientación no prevista por el gobierno federal y su relación con los movimientos sociales de defensa del medio ambiente en el estado de Morelos. El 12 de enero el presidente Andrés Manuel López Obrador asistió a Anenecuilco a hacer la declaratoria del 2019 como año de Emiliano Zapata. Con una intervención de carácter histórico, el presidente señalaba una ruta hacia un año de conmemoraciones y de justicia social que tendría su punto culminante el 10 de abril en Chinameca, es decir, alrededor de tres meses después de la declaratoria. Corría prisa institucional. En ese acto Jorge Zapata, representante de la familia del general Zapata y con quien el presidente se había presentado amistosamente durante una conferencia matutina de apenas horas atrás, inesperadamente le pidió comprometerse a frenar la termoeléctrica. La relación se resquebrajó instantáneamente.
Días después López Obrador regresó a Morelos para anunciar que sometería a consulta el tema de la termoeléctrica para el 23 y el 24 de febrero. Samir Flores, activista opositor, fue asesinado el 20 de febrero. La consulta se llevó a cabo pese a las peticiones de diferentes grupos de Morelos de cancelarla dado el ambiente político. Ganó el sí, en una consulta cuestionable. El presidente no llegó a Chinameca, sino que realizó un acto en la ciudad de Cuernavaca, capital del estado de Morelos. Al tiempo, en Chinameca, integrantes de agrupaciones como el Frente de Pueblos en Defensa del Agua y la Tierra y el Congreso Nacional Indígena también conmemoraron, de otra forma, el centenario luctuoso del general Zapata. Con agendas distintas, con discursos y proyectos divergentes en el centro se colocó una vez más la figura del general en jefe. En ambos espacios se volvió a escuchar: “¡Zapata vive, la lucha sigue!”
Dr. Carlos Barreto Zamudio /Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Centro de Investigación en Ciencias Sociales y
Estudios Regionales Universidad Autónoma del Estado de Morelos.