Para comprender con mayor precisión los motivos de la Revolución del Sur, encabezada por Emiliano Zapata, es necesario tomar en cuenta no sólo los aspectos económicos sino también el contexto sociocultural, ambos esenciales como conformadores de una identidad y una cultura campesina vinculada a las haciendas, presente en los años previos del levantamiento armado. Este artículo, considera la consolidación de algunas manifestaciones rituales-festivas, primordialmente danzas tales como los chinelos, tecuanes, tlacololeros y vaqueros, expresiones culturales que fortalecieron el sentido comunitario de la vida cotidiana de los pueblos surianos desde finales del siglo XIX. Su trascendencia radica en que fomentaron las solidaridades e intercambio social en un nivel regional, además de insertarse en el calendario agrícola, conformando así, una red de relaciones sociales que permitieron hacer frente al despojo, acaparamiento y modernización de las haciendas en un sentido simbólico, generando así, una forma de resistencia cultural.
La región suriana y los pueblos a finales del siglo XIX
El espacio donde surgió el zapatismo, fue una región histórica emergente de la administración colonial. Fue precisamente la zona meridional de la Intendencia de México a finales del siglo XVIII, a su vez coincidió con una extensión similar a la creación del estado de México posterior a la consumación de la Independencia. Así, la ubicación geográfica de los habitantes de dicha región les permitió autodefinirse como surianos. La propia región se fracturó paulatinamente con la creación de las diversas entidades políticas, representadas por entidades federativas como: Guerrero, Morelos, Distrito Federal y Puebla a partir de la propia fracción del estado de México. Sin embargo, en los pueblos y localidades, ese sentido de pertenencia e identidad como surianos, se verá reflejado también al momento de iniciar la Revolución Zapatista, al denominarse el Ejercito Libertador del Sur.
Por otro lado, el despojo gradual que sufrieron los pueblos por parte de las haciendas, se hizo insostenible tras la consolidación del proyecto liberal a nivel nacional durante la segunda mitad del siglo XIX.
Además, cabe mencionar que las comunidades contaban con una estructura social y autoridades locales propias a través de sus representantes, mismos que eran designados de acuerdo a las necesidades locales. Cabe mencionar que generalmente dichas autoridades políticas habían pasado por el sistema de cargos, con lo que podemos inferir que entonces no había una distinción clara entre lo político y lo religioso (proceso en el que seguramente participó Emiliano Zapata, en su natal Anenecuilco al ser nombrado representante local). Entonces, era primordial participar en fiestas y rituales para conservar la legitimidad a nivel local o regional dependiendo de la importancia de la celebración. Es pertinente hacer notar, que los pueblos y comunidades nunca estuvieron aislados de los procesos generales de la nación, por el contrario, los diversos mercados regionales, así como los arrieros fueron sumamente importantes para el intercambio comercial entre pueblos distantes. Por último, y no menos importante, la interacción con las haciendas, a través del trabajo asalariado, temporal y la aparcería, permitieron que en los pueblos se manifestara una división social y un aspecto simbólico que estaría representado en la ritualidad local, incrustado con el ciclo agrícola del maíz heredado desde siglos atrás.
Las danzas y la resistencia cultural
En los pueblos del Sur, la ritualidad vinculada al ciclo de la milpa siempre fue importante, sobre todo tras efectuarse la Conquista. Los rituales en cuevas, cerros y manantiales tenían un carácter sagrado, muchos se realizaban de manera oculta por ser prohibidos. Sin embargo, paulatinamente muchas de estas expresiones fueron dejando de ser clandestinas, apoyadas también por las fiestas patronales que siempre tuvieron un carácter público. Durante el siglo XIX, debido al despojo del territorio y la pérdida gradual de la toma de decisiones sobre el espacio productivo y los asuntos políticos, los pueblos generaron varios mecanismos de resistencia simbólica para reforzar solidaridades y un fuerte sentido comunitario para hacer frente a las vicisitudes externas.
Germinaron danzas como el chinelo, que retomó la importancia del carnaval colonial, pero que fue actualizado con un simbolismo polisémico, es decir, que tiene una asombrosa variedad de significados. En principio, la manera de danzar en un sentido levógiro, o sea que gira hacia la izquierda, asemejando un remolino y evocando a las entidades sobrenaturales otorgadoras de la lluvia; “los aires” residentes en los cerros, montes, ríos, barrancas y manantiales. La danza se realizaba en el norte de Morelos, al pie de los cerros del Tlatoani en Tlayacapan, el Tepozteco en Tepoztlán, el Tenayo en Yautepec y Santa Bárbara en Totolapan. Este festejo carnavalesco se llevaba a cabo en el periodo de secas, previo al inicio de la siembra. Por otro lado, la representación del personaje que se denominó chinelo, en la memoria colectiva, aún se recuerda que la máscara barbada representaba al hacendado español que explotaba a los pueblos, de tal suerte que opera culturalmente un sentido burlesco hacia los dominadores en la región.
Por su parte, los tecuanes y tlacololeros, son danzas de petición de lluvias con una temática muy parecida; el meollo de la representación es la caza de un jaguar, rodeado de zopilotes, animales asociados con la lluvia desde la tradición agrícola náhuatl. La captura del felino, sería encargada por el hacendado al capataz con la intención de proteger la cosecha que sería devorada.
En dicha representación, se ponen de manifiesto dos aspectos simbólicos: el primero, es la asociación con la lluvia.
La danza se realizaba en cerros contiguos o en los átrios de las iglesias en honor a los santos “lluviosos”, aunque en ambas temporadas: de secas y de lluvias, en diversas localidades de Morelos y Guerrero, tales como, Tetelpa, Xoxocotla, Alpuyeca, Coatetelco, Tixtla, Chilpancingo, Chilapa, Zitlala, entre otras. El segundo aspecto simbólico es la referencia al hacendado y el capataz, personajes vinculados con la estructura económica que sometía a los pueblos a una dinámica de explotación. Esta danza tiene en común con los chinelos la representación burlesca de los personajes a manera de resistencia simbólica.
El último ejemplo consiste en la danza de vaqueros, misma que se le dedica a algún santo de la región, cuenta con una temática similar a los tecuanes, sólo que en lugar de la caza del felino, se apresa un toro que se ha escapado de la hacienda. Así, el terroncillo, es el encargado de realizar la tarea que le ha encargado su patrón, el hacendado. El toro, es un animal relacionado con la fertilidad de la tierra desde la antigüedad en Europa, seguramente en algunas localidades sustituyendo al jaguar, pero con el mismo contenido simbólico, engarzado en el ciclo agrícola del maíz, realizándose en pueblos como Jantetelco, Achichipico, Coatetelco, Coatlán del Río, entre muchas localidades más, siendo una de las más representadas a lo largo del Sur.
Estos elementos culturales, muestran la importancia del territorio y la cosmovisión de tradición mesoamericana en la vida cotidiana de los pueblos, donde el ciclo agrícola del maíz era primordial para el autosustento, teniendo mucha importancia los cerros, montes, barrancas, ríos e iglesias, donde moraban entidades sobrenaturales capaces generar la lluvia; esto visto desde la óptica de las comunidades mismas. Por ello, el Plan de Ayala, sintetizó la importancia del espacio sagrado, al enmarcar la disputa por sus “tierras, montes y aguas”, fundamentales para su reproducción política, económica, simbólica y social. Cuestión manifiesta en las celebraciones regionales, como las ferias que servían para el intercambio económico, mientras que la organización de los rituales y fiestas funcionaban como medio para mantener una estructura interna que también operaba políticamente en la designación de autoridades.
Las danzas recién mencionadas como ejemplos, sin ser las únicas, tienen en común varios puntos primordiales que nos apoyarán a entender la conformación del Ejército Libertador del Sur en su dimensión social. Su surgimiento, corre en paralelo con la consolidación del proyecto liberal, en la década de 1860, por otro lado, su difusión, nos señala la importancia de las relaciones tejidas entre los pueblos a través de la religiosidad popular, el parentesco y un apego primordial a su espacio productivo-simbólico adherido inherentemente a la cultura de la milpa. Las danzas tienen como una característica común e importante, la representación de alguna autoridad ajena; españoles y hacendados, es una referencia constante de poder en la memoria de los pueblos, señalados como principales sujetos del despojo y la explotación, así como lo eludiera Emiliano Zapata, en sus escritos y manifiestos, incluyendo el Plan de Ayala, a lo largo de la revuelta armada que encabezó hasta su asesinato en 1919.
Mtro. en Estudios Mesoamericanos/ Armando Josué López Benítez / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Doctorado en Estudios Mesoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México