El propósito del presente artículo es hacer un rescate de la participación de las mujeres en la Revolución Mexicana, fundamentalmente en el Ejército Libertador del Sur. La insurrección revolucionaria en el Estado de Morelos inició a fines de febrero de 1911. De acuerdo con las fuentes consultadas, en los inicios de la lucha armada no podemos identificar la participación de las mujeres en la revolución del sur sino hasta la etapa posterior a la caída del dictador Porfirio Díaz cuando el movimiento zapatista se orienta en contra del gobierno de Francisco I. Madero debido a que éste no cumple con la restitución de tierras a las comunidades. Por esta razón, a partir de los últimos días de noviembre de 1911, los zapatistas de Morelos se radicalizan y a través del Plan de Ayala formulan las reivindicaciones que orientarán su lucha. La ofensiva del gobierno federal encabezado por Madero se torna cruenta y para 1912 amplios sectores de la población morelense se involucran en la lucha social.
Como señala Dante Aguilar, es hasta después de 1912 cuando la revolución zapatista se amplía a los estados de Morelos, México, Puebla, Guerrero y el Distrito Federal y “encontramos ya una mayor presencia de mujeres combatientes y otras más en labores de inteligencia” en estas luchas. A mediados de 1912, es detenida Rosa Bobadilla en la ciudad de México se presume que por el apoyo que prestaba a los insurgentes zapatistas en la zona limítrofe entre Morelos y el valle de Toluca. En el acta de detención se expuso: “presenta carácter levantisco y dijo ser rebelde desde el levantamiento contra Porfirio Díaz”. El hecho es que esta combatiente obtuvo el grado de coronela entre las tropas del ejército libertador del sur, quedando bajo las órdenes de la brigada del general Francisco Pacheco, en los límites de Cuernavaca. Rosa Bobadilla quedó libre, la detención no rindió efectos y continuó apoyando a los rebeldes en diferentes zonas de operaciones, desde la zona sur de Toluca hasta los alrededores de Cuernavaca. Ayudaba frecuentemente a los zapatistas en tareas de espionaje, y otros servicios con diversos objetivos, para los cuales se infiltraba continuamente en algunos sectores de la población de Cuernavaca y de la ciudad de México. Esta mujer fue conocida como la coronela Rosa Bobadilla entre los revolucionarios zapatistas y sobrevivió a la revolución, se estableció en Cuernavaca, donde falleció en los años treinta.
Otra participante en la revolución del sur fue la coronela Julia Mora Farfán, quien acompañaba al general Emiliano Zapata en sus campañas de guerra. Además de preparar los alimentos para el líder, tenía a su cargo el manejo de información confidencial del mismo. La extrema confianza que Zapata tenía en Julia se basaba en la amistad que existió entre ellos desde años anteriores a la revolución. Así desde el inicio de la lucha zapatista, Julia y un hermano se unen a los rebeldes de Ayala. Julia, permanece en estrecha colaboración con el general Zapata, a lo largo de la guerra revolucionaria. Entre sus contribuciones al ejército rebelde se cuentan el contrabando de armas, enlace de espionaje y asistente en el hospital de campaña. “Por su situación clave en diferentes momentos de la campaña fue nombrada coronela y se le asignó escolta para su protección personal”. La coronela Julia Mora Farfán sobrevivió a la revolución, en el año 1922, durante el gobierno del Dr. José G. Parres, estuvo a cargo del reparto agrario en Tenextepango, su comunidad natal, a donde regresó terminada la lucha armada.
El papel de las mujeres en la logística y el espionaje
Durante la etapa de la ofensiva de guerra en que era necesario asestar golpes a guarniciones de plazas importantes, las tareas de espionaje eran de vital importancia para las fuerzas revolucionarias. Frecuentemente, las mujeres efectuaban labores de logística, espionaje y contraespionaje, pues para ellas era más fácil actuar de manera clandestina, sin despertar sospecha. Algunas mujeres aliadas de las fuerzas insurgentes se movían para obtener información detallada de movimientos y disposición de fuerzas de los federales; de esta manera, los revolucionarios podían operar con un mínimo margen de error. Algunos casos concretos de estas acciones se presentan a continuación.
Durante el verano de 1913, en un intento más por asestar un golpe definitivo al presidente Victoriano Huerta, el ejército zapatista implementó una nueva ofensiva, un atentado explosivo a efectuarse en la ciudad de México fue parte de ésta. Los siguientes son los pormenores de esa operación: Se dispuso que el general Ángel Barrios dirigiera y preparase desde la clandestinidad la logística del ataque, se formó una célula clandestina en donde participaron activamente Susana Barrios, hermana del citado general y Dolores Jiménez Muro; además coordinaron actividades con la periodista Juana B. Gutiérrez y algunos colaboradores de antigua filiación magonista –anarco-sindicalistas. El dispositivo del atentado resultaba de lo más novedoso, el sistema de explosión debía ser eléctrico y por consiguiente la logística de la operación debía ser en extremo eficaz.
A pesar de los esfuerzos por efectuar esta operación, la policía logró infiltrarse en la amplia organización y la mayoría fueron aprehendidos. No obstante que la operación fue fallida, dejó en claro la posibilidad de lograr una participación eficaz entre los zapatistas de Morelos y las células clandestinas que operaban en la ciudad de México, la represión en contra de éstos últimos, por parte del gobierno, fue severa pero sus nexos de participación con los revolucionarios de Morelos se fortalecieron.
Esta experiencia posibilitó la creación de un movimiento de guerrilla urbana en esta fase de la revolución; los esfuerzos de esta alianza dieron resultado en 1914, cuando desde el interior de la ciudad México los miembros de la célula revolucionaria prepararon el terreno para el arribo de los zapatistas, en esa ocasión Dolores Jiménez Muro, recién salida de la cárcel y con sesenta y seis años de edad colaboró en actividades de espionaje y rindió partes detallados a la jefatura zapatista.
Mujeres en el mando
Es importante señalar que no fueron pocas las mujeres que alcanzaron cargos de oficiales en el ejército revolucionario del sur, entre ellas, encontramos a las coronelas Amelia Robles, Julia Mora Zapata, Rosa Bobadilla, Juana Belén Gutiérrez, Ángela Jiménez, Petra Ruiz, “la china” y Esperanza Gonzáles. Enseguida presentaremos datos biográficos de algunas de estas mujeres.
Sobre Amelia Robles podemos decir que cuando en 1912, la revolución zapatista irrumpió en el estado de Guerrero, “las condiciones sociales dieron paso a un nuevo orden de participación social, en ese contexto la joven ranchera Amelia Robles junto con algunos de sus coterráneos se dan de alta en las tropas revolucionarias” de su estado natal. Después de una serie de participaciones en la lucha armada en las cuales se pudo comprobar su valor en el combate, se le nombró coronela y se le asignó una escolta personal para su seguridad, ya que no estuvo exenta de ser presa de diversas formas de agresión masculina. “Los vaivenes de la revolución zapatista la llevaron a operar en la región central de su natal Guerrero y posteriormente en los estados de Puebla y Morelos”, incluso le posibilitó estar entre quienes, a fines de 1914, arribaron a la ciudad de México con el grueso del ejercito zapatista. La coronela Amelia Robles es una de las revolucionarias que adoptó una identidad masculina, como veremos en detalle en líneas posteriores.
La Coronela Amelia Robles y su tropa “se [mantuvieron] bajo el mando de diferentes Generales zapatistas hasta 1918, cuando se [sometieron] a los carrancistas al mando de 315 soldados”. Más tarde, en 1920 se incorpora al Plan de Agua Prieta y en apoyo al general Álvaro Obregón es enviada primero a Puebla y después a Tlaxcala, en este lugar se causa de baja definitiva en 1921. Murió a los 95 años en su natal Xochipala Guerrero.
No hay mucha información sobre la Coronela Julia Mora Zapata, sin embargo, se le menciona en algunos expedientes, en los cuales se dice que en 1935 el gobierno de Lázaro Cárdenas le reconoce algunos de sus méritos revolucionarios y que se le encomendó la tarea de servir como enlace entre el gobierno federal y una partida de guerrilleros, ex zapatistas que volvieron a las armas en 1934; su labor consistió, en enero de 1935, en remontarse a la sierra de Huautla y entablar negociaciones con los sublevados. Los resultados fueron precisos, los rebeldes accedieron a la entrevista y reconocieron el grado de la coronela Julia Mora Zapata, pero se negaron a entregar las armas y volvieron a la sierra. La designación de Julia Mora Zapata como enlace entre los rebeldes y el gobierno federal, obedeció a la recomendación del general Gildardo Magaña quien la conocía desde la revolución zapatista cuando ella desempeñaba cargos confidenciales por encargo de su primo Emiliano Zapata. Al término de la revolución la coronela Julia Mora Zapata se estableció en Cuernavaca donde se dedicó al comercio.
En líneas anteriores hemos presentado la primera parte de la biografía de la coronela Juana Belén Gutiérrez hasta su traslado a Morelos en 1911, para luchar por reivindicaciones agrarias que desde su punto de vista eran fundamentales para el mejoramiento de la vida de los campesinos pobres. De manera que “Juana Belén se encontraba en Morelos sirviendo a la causa zapatista, cuando ocurrió el asesinato de Madero a principios de 1913”. Se convirtió en una colaboradora muy cercana de Zapata, en palabras de María Antonieta Rascón: había organizado un regimiento al que llamó Victoria, poniéndose ella al frente del mismo. Zapata la nombró coronela, como muestra de la admiración y del respeto que siempre le manifestó. En una ocasión, durante la ocupación de una hacienda que perteneciera a un aristócrata porfirista, uno de los miembros de su tropa, violó a una mujer. Juana Belén mandó formar cuadro para fusilar al infractor. La queja de lo que se consideraba un exceso en el mando de la coronela, llegó hasta Zapata quien respaldó su decisión y expidió un decreto sancionando severamente a quienes hicieran uso o abuso de una mujer, siempre y cuando no se tratara de una de las mujeres de los hacendados (sic).
Efectivamente en el decreto mencionado se establecía que toda agresión contra las mujeres sería castigada con la pena de fusilamiento inmediato. Y aún más, “Un escuadrón de chamacas, puras jovencitas (…) por el rumbo de Puente de Ixtla, de diez, doce, trece años, porque la huachada las violaba, mejor se fueron a la guerra a favor de los zapatistas”.
A medida que la campaña zapatista fue avanzando en Morelos, el orden social se fue reconfigurando a través de toda la escena cotidiana. En ese contexto la participación de diversos actores de la sociedad para recuperar el territorio local fue decisiva. La convulsiva escena cotidiana permitió entonces a las mujeres apropiarse de un papel protagónico en el proceso, la necesidad de organizarse socialmente para apoyar a los revolucionarios permitió la entrada de mujeres eficientes en distintos cargos de responsabilidad social, de manera que algunas se organizaron y encabezaron grupos de apoyo revolucionario.
Ante la devastación del territorio morelense, las mujeres de la región de Tetecala se organizaron para su subsistencia y para darles apoyos a los rebeldes zapatistas, al mando de éstas quedó una mujer, de la que se desconoce su nombre, pero era conocida como “la china”, a quien por sus méritos se le confirió el rango de coronela, quien imponía respeto en su zona de operaciones. Además de éste ejemplo local, algunos combatientes señalan una coronela denominada también “la china”, mujer costeña que con los revolucionarios de Guerrero y con tropas bajo su mando, llegó entre los zapatistas a Morelos, tomando parte en los combates de Jojutla y Cuernavaca.
De manera similar hay un registro de la Coronela Esperanza Gonzáles que operó por el estado de México durante la revolución zapatista, estuvo al mando de una partida de caballería y según testimonios: “andaba bien armada, vestida de hombre y era arrebatada, arrebatada”. Cabe señalar que algunas de las zapatistas ocultaron su identidad femenina detrás de una vestimenta y nombre masculino. Son los casos de Ángela Jiménez (quien se hacía llamar Ángel), la coronela Amelia Robles (quién adoptó los nombres de Juan o Amelio) – como ya habíamos mencionado – y la teniente Petra Ruiz (conocida como Pedro). Al respecto, Lau y Ramos, señalan: al adoptar las ropas del hombre, las mujeres soldaderas brincaban las barreras, los límites que el ordenamiento genérico les imponía. Se volvían hombres, así sea momentáneamente. En cuanto que combatientes, tenían las mismas responsabilidades que sus correligionarios varones.
Y a este respecto, señalan enseguida, citando la Historia Gráfica de la Revolución Mexicana de Casasola lo siguiente: la soldadera sólo puede figurar en las columnas gruesas. En las columnas volantes, la soldadera necesita masculinizarse completamente en lo exterior y en lo interior: vestir como hombre, y conducirse como hombre; ir a caballo, como todos, resistir las caminatas y a la hora de la acción, demostrar con el arma en la mano que no es una soldadera, sino un soldado.
De lo anterior concluimos que las mujeres jugaron un papel muy destacado en el movimiento revolucionario de 1910, particularmente en el Ejército Libertador del Sur. Además, en el largo proceso de este movimiento revolucionario, a pesar de que no fue propiamente una revolución para las mujeres, contribuyó en gran medida a romper con los moldes tradicionales en que se les había encasillado, como lo han señalado las propias mujeres de generaciones posteriores. Sirva este ensayo como un homenaje a todas las mujeres que tuvieron la audacia, el valor y la decisión de luchar contra una sociedad injusta para las grandes mayorías del pueblo mexicano.
Dra. María Soledad del Rocío Suárez López / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Instituto de la Mujer para el Estado de Morelos