Revista de Divulgación Científico-Tecnológica del Gobierno del Estado de Morelos

La memoria en papel


Lic. Elvira Pruneda Gallegos
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Restauradora de papel
Centro INAH Morelos

Una vida sin memoria no sería vida, como una inteligencia sin posibilidades de expresarse no sería inteligencia, nuestra memoria es nuestra conciencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento sin ella no somos nada.
Luis Buñuel


Somos muchos los que de una u otra manera, intentamos rescatar nuestra memoria: arqueólogos, historiadores, antropólogos, restauradores, periodistas, bibliotecarios y archivistas; somos afortunados de tener en nuestras manos objetos que fueron testigos de una historia, trabajar con lo que subsiste y poder contar algo de lo que ahí encontramos, es nuestra obligación.
En una excavación cuando aparecen piezas de cerámica, restos de maderas o textiles, osamentas o fragmentos de huesos, entre muchas cosas más, nos toca como restauradores, trabajar mano a mano con los arqueólogos, para conservar lo hallado. Antes que nada observamos el estado en que se encuentran y tratamos de prevenir los daños que pueden suceder al extraerlos. Después, los objetos se limpian con sumo cuidado, se consolidan los materiales frágiles. Posteriormente, en el taller, lo fragmentos de una alfarería se unen y si es necesario se añaden nuevos elementos para devolverle su estructura. Para realizar este trabajo necesitamos entender cómo fueron hechos los objetos que se están rescatando, qué fue lo que los dañó y cómo puede remediarse. Para remediarlo tenemos que acercarnos al conocimiento de muchos de los procesos físico-químicos-biológicos que intervinieron en su origen y buscar métodos y sustancias que sean afines para no cambiar ni transformar su naturaleza al restaurarlos. Imagen activa
Numerosos fondos históricos de nuestras bibliotecas y archivos permanecen también ocultos… por el olvido. No es que estén bajo tierra, pero a veces las capas de polvo que los cubren casi los sepultan. En la arqueología es necesario conservar cerros de tepalcates para obtener los datos que indiquen a qué grupo social perteneció; por ejemplo, cuando se tiene una vasija o un instrumento de piedra u obsidiana, necesitamos averiguar para qué servía. En los tepalcates o fragmentos también se encuentra los datos para reconocer la técnica de elaboración empleada, la menor o mayor temperatura que se utilizó para cocerla y los restos de dibujos o imágenes de su aparente decoración. Todos los indicios nos ayudan a encontrar las diferencias, afinidades y simbolismo que ahí quedó plasmado y que las singulariza culturalmente.

Cuando se rescata un archivo olvidado, primero hay que sumergirse en el laberinto del abandono. Después de un esfuerzo considerable, ya limpio y catalogado, ese fondo documental puede servir para que los investigadores, encuentren un nuevo horizonte dentro de la historia.
Existen variedad de papeles, tintas y caligrafías que son características de un período, hay algo más que se suma a la búsqueda de datos que no se ven a simple vista, pero que están integrados al papel. Estos son los sellos o marcas de agua.
Así se llaman porque el origen de todo papel es una mezcla de fibras vegetales y de agua. En los inicios de la fabricación de papel, se formaban las hojas, una a una.

Esto sucedió en Europa, en el siglo XII o XIII donde después de muchas pruebas y errores, se encontró que las mejores fibras que se podían encontrar para la fabricación del nuevo material, se hallaban en la ropa vieja de algodón, de cáñamo o de lino. Después de usadas las telas había que desgarrarlas en tiras o jirones y se dejaban en remojo durante varios días para que se pudrieran literalmente. Para acelerar el proceso se ponían a hervir esos restos, en grandes cazos con cenizas. Se podían ayudar al moler esos trapos con las piedras que se utilizaban en molinos antiguos que habían producido harina o aceite de cereales u olivas, con esto se conseguía el ingrediente principal para el papel de trapo.
Esos restos se enjuagaban con agua pura y resultaban millares de finos filamentos y fibras. La manufactura de una sola hoja de papel llevaba su tiempo. Para ello se utilizaba un marco de madera al que se le añadía una rejilla constituida con muchos hilos metálicos, colocados de manera vertical y horizontal, a esto se le llamó una “forma”. Esos hilos tenían sus nombres: a los verticales, espaciados a lo largo de la hoja se les conoció como corondeles y a los horizontales, muy cercanos unos a otros, se les llamó puntizones. A esos papeles hechos a mano también se les llamó verjurados, porque la manera de estructurar la forma era parecida a una verja o reja.
Las miles de fibritas se mezclaban con colas o adhesivos y con polvos de calcio o magnesio que le daría consistencia y firmeza al futuro papel. La “forma” servía como una coladera plana que se introducía en una pileta donde se encontraba la mezcla. Al sacar la forma o molde, la mezcla con las fibras quedaba arriba dejando escapar el agua en medio de los filamentos. Se formaba entonces un tejido delicado. La pasta disuelta se depositaba en menor cantidad, encima de los hilos de la rejilla y donde no los había, el agua con la pasta corría libremente quedando una mayor cantidad. Se formaban entonces delicados renglones unos densos y otros claros.

Después las hojas formadas se dejaban en reposo dentro de los moldes, para que perdieran la humedad y poder voltearlas para prensarlas entre unas telas gruesas de lana, conocidas como fieltros. Si había buen tiempo se ponían al sol para secarse y después se desprendían. A la hoja de papel seca se le daba después un baño de gelatina, extraída de los huesos de animales, para conferirle mayor resistencia y luego con grandes mazos de mármol o de una piedra lisa, la hoja se pulía en su superficie para sellar los poros. A esa hoja se le llamaba también folio y en cada uno de ellos quedaban marcadas las huellas de los hilos de los alambres.

Cada fábrica tenía su sello que se bordaba en la misma rejilla con hilos metálicos aún más finos que los que formaban el enrejado. Corazones, cruces, animales, ángeles, barcos, todas lo imaginable podía utilizarse como signos de identidad de las fábricas de papel. A esos sellos o marcas tan finos se les se conoce también como filigranas. Gracias a esas marcas se reconocen el lugar de su manufactura, todo esto se puede relacionar con los miles de tepalcates guardados que forman los rompecabezas arqueológicos, los sellos brindan otros datos que se suman a la caligrafía y al texto. Estos últimos yo los considero como mágicos porque solo se pueden mirar si se colocan los papeles a trasluz.

Imagen activaEl invento del papel en China revolucionó en su momento al mundo oriental, cuando cinco siglos después pasó a la zona musulmana el material se volvió imprescindible y en el año mil tímidamente entró a Occidente. Más de diez siglos han pasado desde entonces y podemos constatar que a pesar de los vertiginosos avances electrónicos de los últimos cuarenta años, que amenazan con desaparecer la letra impresa en el antiguo material, el papel sigue siendo necesario. Ahora, si volvemos a nuestro oficio de restauradores tenemos que reconocer que estamos vinculados desde tiempo atrás con la investigación científica, gracias a ella podemos entender el desarrollo de los procesos, tanto los de la creación como los que llevan al implacable deterioro de los objetos. Por eso nos acordamos de lo que un sabio, Yash Pat Kathpalia un conocedor enamorado de su país la India y de su rico patrimonio, planteó desde los años setenta: “Para lograr la eficacia en nuestro trabajo es imprescindible el conocimiento a fondo de los materiales, una prudencia extrema en las apreciaciones, un empleo juicioso de soluciones, materiales y técnicas, una evaluación de datos, de ensayos con el fin de evitar errores”. En ese camino andamos.

Elvira Pruneda Gallegos es licenciada en Conservación de Bienes Muebles por el Centro Paul Coremans, actualmente Escuela Nacional de Conservación Manuel del Castillo Negrete. Es maestra en Historia por el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos (CIDHEM). Cuenta con estudios sobre conservación y restauración de libros y manuscritos en el Instituto de Patología de Libro Alfonso Gallo en Roma Italia y especialización en restauración de documentos en los Archivos Nacionales en París.

El papel se origina en China en el año de 105.DC. De ahí el papel parte rumbo al Asia Central y Persia. La ruta era muy conocida por los mercaderes que iban en largas caravanas y formaron un camino conectando al Pacífico con el Mediterráneo, este recorrido lo hizo Marco Polo en el siglo XIII, siguiendo por el desierto de Gobi, el desierto de Takla Makan y el valle del Tarim y finalmente llegó a Samarcanda en la zona que pertenecía a la antigua Unión Soviética. La tecnología del papel tardó en acercarse al continente Europeo mil años. Fue difícil encontrar el acceso pues casi no existían las comunicaciones entre el este y el oeste. Entre España e Italia se disputan el lugar donde se fabricó el primer papel, pudo ser Xativa en Valencia o en Fabrianno en Italia. Se sabe que esto llega hasta el siglo XII o XIII. En occidente, no se ve con buenos ojos a este material pues era caro y frágil. No servía para hacer libros y además el canal de distribución eran los árabes y judíos y el fanatismo cristiano no lo podía aceptar, en una época en que se luchaba contra los musulmanes.


Ma Cristina Sánchez Bueno de Bonfil. El papel del papel en la Nueva España, Col Divulgación, Serie Historia.INAH. 1993. México DF. P.13