En el mundo occidental moderno las humanidades se refieren a aquellas disciplinas académicas relacionadas con la cultura humana. Éstas nos remiten a los siglos XV y XVI, cuando durante el Renacimiento surgió el humanismo, de la mano de una nueva mentalidad: el antropocentrismo. En esta visión, el humano reemplaza a Dios como centro del universo y surge una profunda inquietud por el conocimiento a través de las ciencias, las artes y las letras.
Es entonces también cuando se recupera la cultura greco-latina como canon del conocimiento y punto de partida de las humanidades en occidente, pero, además, hay que mencionar un hito en la historia de la humanidad que fue la invención de la imprenta (c. 1440), que gradualmente impulsó la circulación del conocimiento y las letras, hasta entonces reservadas a círculos muy pequeños.
En el Renacimiento, sin embargo, no existía una diferenciación entre las humanidades y las ciencias. El conocimiento era aprendido y producido de forma integral, por ejemplo, Leonardo da Vinci fue a la vez pintor, anatomista, arquitecto, botánico, paleontólogo, escritor, filósofo, ingeniero, inventor, poeta y músico.
Wilhelm Dilthey
Con el avance de la modernidad, surge una tendencia histórica a diferenciar las esferas de la vida social: la economía, la política y el gobierno, la religión, la sociedad civil, etcétera. Esta diferenciación es un proceso moderno que también impactó en las disciplinas. En las universidades cada una de ellas fue definiendo su objeto de estudio, su método, sus textos y prácticas propias.
La distinción más contundente de las humanidades como un campo de saber autónomo de las ciencias surgió en el siglo XIX y se sistematizó a partir de las ideas del filósofo alemán, Wilhelm Dilthey (1833-1911).
Distanciándose del positivismo de su época, doctrina que establecía que las ciencias de la cultura debían imitar a las naturales, Wilhelm Dilthey estableció una famosa oposición entre las «ciencias de la naturaleza» y las ciencias humanas o, como él las llamaba, «del espíritu». La principal diferencia entre ambas radicaba en que las primeras buscaban explicar las causas de los fenómenos de la naturaleza, mientras que las ciencias del espíritu buscaban comprender el significado de la realidad histórica-social-humana.
También se distinguían por el método utilizado para arribar al conocimiento. Para Dilthey, las ciencias de la naturaleza operaban en el terreno de la objetividad, mientras que las ciencias humanas lo hacían en la subjetividad, y esto no implicaba ningún problema. En oposición al metodo científico de las ciencias naturales, las ciencias humanas buscaban comprender los significados culturales a través de la hermeneútica, que se refiere a la interpretación de textos. De esta forma, las ciencias humanas suponen la interacción de la experiencia histórica, las vivencias estéticas y personales, así como la reflexión y la comprensión del significado de las expresiones culturales, por ejemplo, textos, prácticas sociales y el arte.
Sin embargo, esta oposición que propuso Dilthey no fue compartida por todos los pensadores de su época. El gran sociólogo alemán Max Weber (1846-1920) planteaba que esa oposición no era correcta, y que las ciencias de la cultura, porqué no, también podían explicar las causas de los fenómenos sociales. Para Weber, la clave de la posibilidad de explicación e identificación de causas en las ciencias sociales residía en la racionalidad de la acción humana.
Dicha racionalidad posibilitaba que las causas o motivaciones de las acciones sociales fueran identificables debido a su orientación de acuerdo a ciertos fines, (es decir, se actúa de la manera más eficaz utilizando los medios más adecuados para obtener un fin, esta es, la acción racional instrumental) o de acuerdo a ciertos valores, ética, creencias, normas, estilos de vida de una época histórica determinada (la acción racional con arreglo a valores).
Más aún, sostenía que, por ser racional, lo social es mucho más previsible que lo natural, sin embargo, Weber sí consideraba que en el contexto de las «ciencias humanas» había algunas que se orientaban a explicar y comprender fenómenos individuales –por ejemplo, la obra Madame Bovary de Flaubert y no los libros en general, o la Segunda Guerra Mundial y no las guerras– como las letras o la historia, y otras con una orientación más general, que establecían teorías y leyes de manera similar a las ciencias naturales, como la sociología.
De esta forma, Weber, quizás sin querer, contribuyó a crear otro dualismo: entre las ciencias sociales (sociología, antropología, economía, demografía, ciencias políticas y ciencias de la comunicación) y las humanidades (filosofía, letras y artes). La historia, a su vez, comparte ambos espacios, por la diversidad de metodologías, perspectivas y enfoques que alberga.
Hay que señalar que en la actualidad hay propuestas para superar estos dualismos y establecer puentes entre las humanidades, las ciencias sociales y las ciencias exactas y naturales, así como la tecnología. Por ejemplo, el actual «paradigma de la complejidad» formulado por el filósofo francés Edgar Morin nos plantea que la realidad contemporánea requiere abandonar el conocimiento fragmentado y la hiperespecialización, que tiende al reduccionismo. En su lugar, propone fomentar una mentalidad más renacentista, de comunicación entre las ciencias exactas, las ciencias sociales y las humanidades, así como una visión transdisciplinar, sin censura, pero con autolimitaciones éticas, mismas que, por cierto, son de orden sociocultural e histórico.
Dra. María Victoria Crespo / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Estudios Regionales | Universidad Autónoma del Estado de Morelos.