Los difuntos viven. El camino hacia la muerte en el México profundo


Archivo: Sociología

Dra. Alma Barbosa Sánchez / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos

Los difuntos viven. En un inicio emprenden un viaje sobrenatural por territorios inhóspitos. Su partida involucra a los vivientes mediante el auxilio ritual que abarca dos procesos: la sepultura de su cuerpo y 9 días después, la sepultura de su ánima.
Desde el momento del fallecimiento y durante un periodo de tiempo variable -ya sea de nueve o cuarenta días y hasta un año, dos, tres o cinco años, según dicte la tradición local o regional-, el difunto “recoge sus pasos”, esto es, acude a los lugares donde vivió, ya que requiere formalizar su separación definitiva con su pasado vital, proyectado en los lugares que recorrió, habitó o impregnó con su sombra o tonalli (ánima). El imaginario de las comunidades huicholas plantea que durante los 5 días posteriores al fallecimiento, el ánima visualiza todas las experiencias vividas, desde el estado prenatal hasta la muerte.                De esta manera su viaje retrospectivo remite a la toma de conciencia de su historia personal.
Para ayudar al ánima del difunto a afrontar las vicisitudes de su tránsito por los territorios inhóspitos del mundo sobrenatural, los deudos depositan en el ataúd, el ajuar funerario conformado por una dotación de ropa para su abrigo, guaraches como protección contra las piedras y espinas del camino, una vara como báculo, un cordón para asirse y escalar obstáculos, una vela para alumbrar su camino, alimentos y agua para su consumo, que también obsequian a sus parientes difuntos que los precedieron, una porción de tequezquite y hojas de maíz para los animales sobrenaturales que encontrarán en el trayecto; además de las “gorditas” para agradecer al perro que le ayudará a cruzar el caudaloso río y dinero para sus gastos.
           Si la antigua ritualidad funeraria de los antiguos mesoamericanos arropaba en exceso al difunto, previendo la extrema frialdad del viento sobrenatural, en la actualidad, la ropa, en el ajuar funerario, se justifica como provisión y muda. Los testimonios morelenses afirman: “Siempre acostumbramos a ponerles ropa, porque dicen que es para su camino. Como uno, cuando sale de viaje, pues, uno aparte de la ropa que lleva puesta, por lo menos, lleva una muda. Porque uno sabe que se va a quedar un día, dos días, y para cambiarme, para el regreso, así es para estas personas. Y uno tiene que ponerle su ropita, para que se vayan, en el camino; ya sea la ropa que usaban o que más les gustaba o la más nuevecita. Se les pone ahí, en el ataúd”. “En la caja va su ropita. Hay unas personas que la tienden abajo, como colchoncito. Y ya la demás, si tiene más, mucha ropa, la doblamos y le ponemos de cabecerita. Eso dicen, que se llevan sus ropas, porque a largo tiempo, dicen que piden la ropa. Piden sus ropas, porque se les acaba en la otra vida”. En Hueyapan, Morelos, se afirma que la ropa del difunto es necesaria “para que se cambie allá en la otra vida”. En Amayucan, Morelos, “le colocan, siquiera, unos tres pantalones, si es hombre; su ropita se pone a un lado, porque se tienen que vestir allá, les hace falta”. En la comunidad chamula (Chiapas), el ajuar funerario incluye tres plumas de guajolote que sirven como agujas, donde se ensarta hilo de lana y de algodón, a fin de que el difunto remiende sus prendas, dado que “el viaje es largo y la ropa puede romperse”.
          En algunas comunidades, como por ejemplo las de Tlaxcala y Morelos, los difuntos portan huaraches elaborados con fibras de maguey, denominados ixcacle que dada su ligereza facilitan su tránsito por caminos inhóspitos. El estudioso Miguel Morayta señala: “Estas sandalias son muy parecidas a las que los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) encontraron carbonizadas en un lugar que se llama Cerritos y que tienen más de 2 mil 700 años”. Algunas comunidades aducen que la utilización de los ixcacles, obedece a la prohibición de emplear calzado elaborado con material animal, ya que en el mundo sobrenatural, el difunto encontrará a los animales sacrificados para la elaboración de su calzado y que le reclamaran sus pieles. En las comunidades yaquis, el difunto porta huaraches de tres puntadas no sólo como protección contra las espinas, también porque la divinidad únicamente reconoce a los yoemes por este calzado: “A los que no traen huaraches de tres puntadas tampoco los recibe porque Dios sólo reconoce a los yoemes por sus huaraches”.
          La inclusión de cintas en el ajuar funerario encuentra un antecedente en el texto de Sahagún, quien consigna que un “hilo flojo de algodón y otro hilo colorado” acompañaban el cuerpo post mortem de los antiguos nahuas. En la actualidad, las cintas siguen formando parte del ajuar funerario. Por ejemplo, en las comunidades de Coatetelco, Hueyapan y Ocuituco, Morelos, la utilización de la cinta o cordón se justifica como soporte a fin de que el difunto pueda escalar los obstáculos del territorio sobrenatural: “El cordón, dicen, que es porque te vas al cielo y con esto tienes con qué agarrarte. Se lo amarran de la cintura”. “El cordón es para que se suba al cielo. Cinco botones, le ponemos al cordón. Y le ponemos motitas del mismo cordón, a la orilla, para que se suba, con ese cordón”. “Les hacen un cinturón de palma, ese es para que de él se sostenga cuando vaya subiendo en las subidas que tiene que subir (Sic), hasta que lleguen allá, en la otra vida”. “Se le pone en la cintura una lía con 5 nudos. Y esa lía les va a ayudar en su camino porque, a lo mejor va a pasar por lugares altos, y con ella se pueden agarrar, para subir”. Así también los chontales mayas incluyen un cordón con 12 nudos, como apoyo para escalar. Mientras que los huastecos de Aquismón, San Luis Potosí, colocan directamente “una escalerita tejida o de madera, que va desde sus manos hasta sus pies”, como herramienta de ascenso para el difunto. En las comunidades yaquis, el cordón que porta el difunto es elaborado por los padrinos de defunción. Cuando alguno de los padrinos muere, se sujeta al cordón de su ahijado difunto, para subir al cielo: “el mismo ahijado es el que va a ayudar a sus padrinos a subir al cielo”. Así también la comunidad concibe que los difuntos tienen que subir por una pronunciada escalera, para arribar a su destino celestial.
Dada la oscuridad del camino sobrenatural, el ajuar funerario incluye velas que aportan luz y representan las donaciones de familiares y amigos al difunto, como señalan los testimonios: “Llevan una velita bendita, para que se alumbre en el camino; las veladoras que le llevan también sirven para que el difunto tenga luz”. “La cerita ha de ser de un compadre, porque quiere decir que esa cera se la regaló su compadre, ya muerto. Es un agradecimiento. Compadre que sea de grado, que bautizó a su hijo”. Para la comunidad de Chenaló, Chiapas, la vela de parafina simboliza la pareja del difunto o difunta, y tiene la función de permitir el reconocimiento de ambos en el mundo sobrenatural. Si el varón muere primero, servirá para que al morir su esposa: “lo pueda seguir reconociendo y lo encuentre alumbrándose con la vela. Si la esposa muere primero que el marido hacen lo mismo”.
           La provisión de agua y alimentos es una constante en el ajuar funerario de diversas comunidades del país. Los testimonios de los actores rituales afirman. “Deben de llevar todo lo que debe de llevar el difunto, lo que necesita en el camino, la tortilla y el huevo para que vayan comiendo, el agua para que vayan tomando”. La comunidad de San Felipe Otlatepec, Puebla, coloca junto a la cabeza de los difuntos una jícara con agua y un itacate con tortillas o pan: “para que cuando tengan hambre sólo muevan la cabeza a la izquierda o derecha y encuentren alimento”. Así también, los tarahumaras (Chihuahua) incluyen alimento en el ajuar funerario del difunto. En la ceremonia denominada nutema, que deriva del vocablo nuté y que se traduce como alimentar, ofrecen alimento a los difuntos, para “su largo viaje hacia ripá (‘arriba’)”. Los guarijíos de Chihuahua, incluyen “comida, café y cigarros” para el viaje sobrenatural.
         Finalmente, cabe destacar que la cultura funeraria de las comunidades indígenas contemporáneas resulta sumamente interesante tanto por la complejidad simbólica de su ritualidad como por el imaginario social mesoamericano que la sustenta; esto es, las ideas e imágenes mentales sobre la vida, la muerte, el universo, las divinidades y el mundo que la civilización mesoamericana conceptualizó, significó, sistematizó y representó, en su cosmovisión cultural, a través de mitos, ritos, símbolos y alegorías estéticas. El texto La muerte en el imaginario del México profundo –editado por Juan Pablos Editor y la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2010– expone tanto la reflexión epistemológica y análisis el imaginario religioso mesoamericano como la reinterpretación de sus postulados, por parte de las comunidades indígenas del país. Como señala la Dra. Cárdenas Oñate, “La ritualidad estética sagrada configura símbolos, memorias, representaciones sobre la muerte que nos recuerda que el imaginario funerario mesoamericano vive y goza de buena salud en las prácticas rituales de las comunidades indígenas actuales, reproductoras de la herencia ancestral, pero sobre todo, creadoras de una re-existencia y convivencia entre el aquí y el más allá, que nos seduce a observar, sentir, saborear, pensar y vivir a todos en continuum…”

 


Araceli Barbosa Sánchez es profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, es especialista en sociología del arte y de la cultura; obtuvo el grado de doctorado en la Universidad Autónoma Metropolitana, cursó la Maestría en Artes Visuales, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, UNAM y cursó la licenciatura en Sociología, en la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha publicado los libros: La intervención artística de la ciudad de México, México, CONACULTA-INBA, ICM, 2003; y Cerámica de Tlayacapan, estética e identidad cultural, México, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2005.